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11:40 p. m.: la hora clave que pudo haber cambiado la tragedia del Jet Set

El reloj se confundía con la música y la alegría. Eran las 11:40 de la noche del lunes 7 de abril, una hora antes de la catástrofe, y todos esperaban a “La Voz más alta del Merengue“. A esa hora, en realidad, Rubby Pérez estaba preparándose detrás del escenario, a la espera de subir a la tarima que tan bien conocía.

Esa sería su última vez. Él mismo había adelantado en una semana la fecha de la fiesta, que originalmente estaba programada para el lunes 14. Pero no sabía que encima de él, más allá de los espléndidos plafones suspendidos sobre su cabeza, se estaba cocinando una terrible pesadilla.

El techo se estaba cayendo a pedazos, mas Rubby no lo sabía. Su hija Zulinka, que cantaba con él, le había dicho que sentía un ambiente cargado y lleno de malas vibras en la disco. Por encima de este presentimiento, el artista era cumplidor, tenía que cantar y dar alegría a su público.

La gente fue a verlo, vivirlo, cantar con él. El público era variado y multinacional: además de dominicanos, había venezolanos, kenianos, colombianos, italianos, franceses, costarricenses, haitianos y estadounidenses. Gente alegre de nueve países.

El escenario estaba radiante. Pero detrás de los plafones, las luces y la pista de baile, había algo terrible. Una mirada hacia arriba no podía descubrir la grave enfermedad del techo. Sin embargo, ya había indicios y señales de la catástrofe que vendría.

Era cosa de segundos para que ocurriera la pesadilla. Cada latido del reloj era un paso más hacia la muerte. Pero hubo una hora clave que pudo haber cambiado la discotragedia: 11:40 p. m. A esta hora el señor Remberto Durán Cabrera, un asiduo del Jet Set, se dirigía hacia el baño cuando, de repente, recibió el golpe de un pedazo del techo desprendido. Herido, se lo comunicó a un avispado empleado de la disco, Gregorio Adames, quien le ofreció llevarlo a un centro médico si así lo deseaba. Remberto se negó, prefiriendo quedarse en la fiesta. Esperaba al gran merenguero.

El empleado hizo más: tan pronto supo del incidente con Remberto, fue a donde Maribel Espaillat y le comunicó lo sucedido, pidiéndole, además, que cancelara la fiesta. Había tiempo de hacerlo: aún Rubby no estaba cantando, y la fiesta no había comenzado. Pero ella rechazó esa solicitud, alegando que solo su hermano Antonio Espaillat podía hacerlo, y él estaba fuera del país. Así que la fiesta siguió en pie, hasta que llegó la catástrofe.

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