Ateneo en mi corazón
Miuris (Nurys) Rivas
Todo santiaguero alguna vez ha cruzado su umbral, es la institución dentro de cuyos muros se almacenan poemas que hablan de amor, novelas, libros de historia y ciencia, testimonios vibrantes de vida pasada y presente, aguarda en sus anaqueles.
Don Manuel de Jesús Peña y Reynoso, un hombre de letras y de armas tomar cuando fuera menester, fue el ilustre fundador de esta magna biblioteca, el 4 de junio de 1874, convertida en imprescindible no solo para Santiago, sino para el Cibao y más allá.
Ciento cincuenta años, ¡que fácil se dice! Cierro los ojos, me sitúo en aquel tiempo y necesariamente tengo que imaginar, el ingente esfuerzo de su creador y la gratitud que le debemos.
El Ateneo Amantes de la Luz, ha significado desde siempre, un hito relevante para el saber, ha crecido y es hoy por hoy, una biblioteca en la que cada día, escuelas, universidades, investigadores y colegios, acuden a hacer uso de su invaluable patrimonio.
Se yergue majestuoso en el Santiago palpitante, sus luces se proyectan desde la esquina de la calle España con avenida Las Carreras, cuando transito por ahí, mi mirada sin permiso, cruza la calle y se ubica en el patio del ateneo revoleteando entre recuerdos.
Podría escribir sobre los hechos históricos relacionados con su fundación, citar frases relevantes, fechas y blasones conquistados por la institución, prefiero sin embargo, hacer caso a los reclamos del corazón y escribir este artículo de manera casi coloquial, sencilla, amigable y nostálgica.
Mi relación con el ateneo no es de ahora, lo visitaba en mis tiempos de estudiante, mucho antes de que sus instalaciones contaran con la moderna estructura de hoy en día, desde entonces acá, han pasado décadas, la biblioteca ha crecido, su hábitat ha cambiado y la gloria continúa cubriéndolo.
Soy ateneísta y siento un verdadero apego por este lugar de dilatados espacios, solía subir y bajar su amplia escalera, asomarme a su balcón testigo de tertulias de las que conservo gratísimas memorias, las entregas de premios, la evocación de graduaciones de mis dos hijas celebradas allí y un sin fin de reminiscencias que al escribir sobre el Ateneo, me asaltan acelerando el corazón.
Me poseía la paz absoluta en lo que es su biblioteca, por el silencio que, a pesar de encontrarse en un lugar de muchísimo tránsito, me invadía, tanto así que era mi respiración, el señero sonido.
Hace dos años publiqué mi primer libro de poemas, pudiendo hacerlo en Sevilla, mi anhelo se obstinaba en hacerlo en Santiago, es un lazo más que me anuda al Ateneo Amantes de la Luz.
Felicito a los directivos de esta institución, hago llegar mi afecto a cada uno de ellos que otorgan parte de su tiempo para que nuestro Ateneo se mantenga reflejando sus luces más allá de la cima del monumento.