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El desconocido paraíso africano de playas caribeñas y ‘rallies’ en el desierto que hay que visitar ya

El desconocido paraíso africano de playas caribeñas y ‘rallies’ en el desierto que hay que visitar ya

Dicen que, antes de irse a descansar el séptimo día tras crear el universo, Dios se sacudió de las manos unos pequeños pedazos de tierra que se le habían quedado prendidos, de manera que, al precipitarse sobre el mar al azar, formaron un bello archipiélago de 10 paradisiacas islas volcánicas a rabiar. Pues bien, dicho lugar tiene nombre propio, Cabo Verde, la ex colonia portuguesa desparramada prodigiosamente sobre el Atlántico a 450 kilómetros de la costa de Senegal, a caballo entre África y América. Y a un tiro de piedra de Europa.

De ahí que, desde los tiempos de la conquista en el siglo XV, cuando se habitaron por primera vez, haya jugado un papel estratégico en las ansias por dominar el mundo. No en vano, fue uno de los principales focos de comercio de esclavos. Los piratas de variado signo y los cazadores de tortugas serían sus siguientes pobladores.

Vista del Parque Natural de Buracona.

Vista del Parque Natural de Buracona.

Por eso no sorprende que la identidad de los caboverdianos sea el resultado de una curiosa amalgama de historias. Por un lado, estaría el marcado sello luso (no se independizaron hasta 1975), ejemplificado en la lengua oficial (el portugués, aunque en la calle se habla criollo), la gastronomía (la feijoada no falta), la arquitectura (colonial), la religión (católica) y la música. Como ejemplo de ésta, una suerte de fado local llamado morna lo inunda casi todo, liderado por la voz eterna de la ya desaparecida Césarea Évora, su representante más ilustre.

Luego estaría la esencia pura del Continente Negro, traída consigo por aquellos esclavos obligados a trabajar el algodón y la caña de azúcar en la época de la colonia. Por eso, aquí igual se celebra el Viernes Santo que el Kolá Sanjon, un ritual africano de fertilidad a golpe de sensuales danzas. A muchos de esos prisioneros se los llevaron a América, el tercer eco que resuena por estos lares.

Ambiente portuario de la isla de Sal.

Ambiente portuario de la isla de Sal.

Es más, sus idílicas (y kilométricas) playas de aguas turquesas y arena fina recuerdan a las del Caribe, con quien se compara turísticamente hablando. También el baile se lleva en la sangre, el clima tropical moldea el carácter y los paisajes y el devenir diario no entiende de apremios. Es más, uno de los lemas del país es No stress, estampado en souvenirs, camisetas, letreros y coches.

Pese al parecido físico, nada tiene que ver la explotación de aquellos destinos al otro lado del Atlántico (léase Riviera Maya o República Dominicana) con la de Cabo Verde, todavía territorio inexplorado para los viajeros. De ahí que haya que aprovechar el momento antes de que sea tarde y la masificación haga acto de presencia. De momento, ni siquiera hay infraestructura hotelera en todas las islas, sino que son los propios habitantes los que abren las puertas de sus casas a los visitantes en el caso de las de Maio (con sus aguas cristalinas perfectas para el buceo) o Fogo (la más volcánica de la lista y la única que produce vino).

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