Opinión

Ercilia Pepín y el silencio incómodo de nuestras aulas

Por Abril Peña

Cada cierto tiempo, como parte del protocolo, recordamos a Ercilia Pepín. Colgamos su rostro en afiches, hacemos homenajes en escuelas y recitamos algunas de sus frases como si fuera un acto de fe. Pero Ercilia no fue una figura para la vitrina. Fue una mujer incómoda, crítica, adelantada a su época. Una maestra que entendía la educación como un acto político y liberador. Hoy, más que nunca, necesitamos volver a escucharla.

Nacida en Santiago de los Caballeros el 7 de diciembre de 1886, Ercilia fue mucho más que una educadora. Fue una patriota que no temió levantar la voz en tiempos donde hacerlo podía costar la libertad, o la vida. Una de sus acciones más emblemáticas fue izar la bandera dominicana a media asta cuando murió el expresidente Ulises Francisco Espaillat. Luego lo hizo nuevamente por la muerte de Gregorio Luperón, desafiando abiertamente las órdenes del gobierno de turno. No era un simple gesto simbólico: era una lección de civismo y dignidad para sus estudiantes.

Ercilia enseñaba a pensar. Y eso, en cualquier época, es un acto subversivo. Promovía el amor a la patria, pero también al conocimiento. Creía en una escuela donde se formaran ciudadanos críticos, no súbditos obedientes. En su aula no solo se aprendía a leer, sino a cuestionar. No solo se memorizaban fechas, sino que se reflexionaba sobre la historia.

Y sin embargo, más de cien años después, las preguntas que ella lanzaba siguen resonando sin respuesta.

¿Cómo es posible que, en pleno 2025, tengamos escuelas sin agua potable? ¿Cómo entender que niños con autismo o trastornos del aprendizaje aún sean excluidos por falta de personal capacitado o recursos mínimos? ¿Qué diría Ercilia de un país que sigue posponiendo las decisiones urgentes sobre el sistema educativo?

Nos llenamos la boca hablando de valores, pero le tememos al pensamiento crítico. Evitamos temas en el aula, acallamos a los maestros que piensan distinto y seguimos relegando la inversión en formación docente, inclusión educativa y recursos pedagógicos a un segundo plano.

Decimos que la educación es prioridad, pero no se refleja en nuestras decisiones más importantes.

Ercilia Pepín fue declarada Prócer de la República en 1939, poco antes de su muerte el 14 de junio de ese mismo año. Pero lo más revolucionario no es recordarla como estatua, sino aplicarla como principio. Porque una nación que no forma ciudadanos conscientes está condenada a repetir los mismos errores, con distinta bandera.

Tal vez la mejor forma de rendirle homenaje sea incomodarnos un poco. Cuestionar lo que enseñamos, cómo lo enseñamos y por qué todavía, en tantas aulas, lo que reina es el silencio.

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