Juana la Loca: ¿locura o conspiración?
Por: Rafael A. Escotto
«El teatro no es la vida real ni tampoco una copia perfecta de la vida real. Es solo un punto de acceso.»
Eleanor Catton
Guillermo Cordero y Carlos Veitía juntaron sus talentos artísticos y sus amplios conocimientos en producción y dirección teatral para llevar a escena una de las obras más controversiales de la historia social, institucional y política de España que transformó el ordenamiento jurídico que rigió en un periodo específico.
Montar en el Teatro Nacional en su cincuenta aniversario una obra como Juana la Loca: ¿locura o conspiración?, con un título cargado de emociones, llena de conflictos, de intrigas amorosas palaciegas, de tanta fuerza política y protagonismo, demanda de muchos esfuerzos creativos, que hace que nuestra más esclarecida inteligencia melodramática, como Guillermo Cordero y Carlos Veitía se hayan unido para ofrecerle al público una realización tan compleja como esta obra.
Juana la Loca no es cualquier tragedia ni es una obra teatral para ser entendida por todo público, es un drama triste donde hay felicidad y romance desconcertantes y de pasiones desbordadas que se pierden bajo las nieblas y se reencuentran frente al fuego de un deseo que se revela súbito entre dos monarquías separadas por los enfrentamientos políticos y por la preponderancia del poder de una época polémica de la historia europea.
Cordero pone en escena de manera magistral el enfrentamiento de la irracionalidad política de la época enfrentado al amor irresistible entre el joven Felipe el Hermoso y la infanta Juana de España, condesa de Flandes. Guillermo guía estupendamente al público asistente a vivir la fantasía episódica de un mundo fabuloso y legendario matizado por un suceso de amor entre dos jóvenes de las más poderosas casas reales de Europa y trae a escena en pleno siglo XXI toda su fastuosidad y el glamour de Castilla y Aragón, incluyendo una aproximación casi real del vestuario de la época imperial.
El afamado dramaturgo santiagués recoge de manera genial el amor pasional de Juana la Loca por Felipe el Hermoso con tal fuerza dramática que el público se sintió involucrado en aquella tragedia romántica. Aunque en esta obra el autor no alcanza a recrear todo lo que aconteció alrededor de Juana y de Felipe, por los limitados fondos de que disponia, pero sí logra, «haciendo de tripas corazones» recrear en la mente del espectador gran parte de la fuerza emocional, lo que significa un entrañable amor y la atracción casi demencial que se apoderó de ambos jóvenes.
Una tristeza invadió todo el teatro cuando Guillermo Cordero pudo captar con espectacular dramatismo los celos de la infanta de España al darse cuenta que su esposo Felipe el Hermoso andaba en otros juegos amorosos fuera del palacio real donde vivieron. Se hizo sentir a lo largo de la escena el enfrentamiento entre la irracionalidad política del momento enfrentando y el amor irresistible entre el joven Felipe y la infanta Juana I de España, condesa de Flandes.
El director y productor de esta obra guía estupendamente al público , como si fuese el valenciano Carles Alfaro dirigiendo El arte de la comedia, a vivir en carne propia toda la fantasía episódica de un mundo fabuloso y legendario matizado por un suceso de amor entre dos jóvenes pertenecientes a las más poderosas casas reales de Europa y trae, además, a escena en pleno siglo XXI toda la fastuosidad y el glamour de Castilla y Aragón, incluyendo una aproximación formidablemente lograda del vestuario de la época imperial.
Solo atreverse a tamaña pretensión habría de calificar a Guillermo de heroico y de valiente, sobre todo, en un país, como República Dominicana, con tantas precariedades culturales que relega económicamente esta clase de teatro a niveles que raya en lo absurdo.
Guillermo Cordero y Carlos Veitia, a pesar de los limitados recursos económicos de que disponían para la obra logran recoger de manera genial el amor pasional, ardiente, si se quiere, de Juana La loca por Felipe con tanta fuerza dramática y patetismo que el público se sintió como si estuviera viviendo en carne propia aquellos momentos y aquella tragedia cargada de romanticismo tantas emociones.
Sin embargo, Guillermo Cordero pudo cautivar al público de manera formidable dejándole en medio de todas las emociones de la obra la interrogante de si fue locura o fruto de una conspiración de Felipe o si fue, en adición, causa de los sufrimientos que causaba en Juana vivir sola con sus tres hijos en su palacio y alejada de sus familiares, lo que provocó en ella un estado de depresión profunda y de raptos amorosos irresistibles hacia su esposo lo que la llevó a la locura. Otro aspecto a tomar en cuenta en esta obra fue la habilidad de los directores y productores de dejar entrever bruma de si fue Felipe quien logró llevar a Juana a una especie de locura recurriendo a intrigas y a maniobras para tratar de detener los arrebatos de celos de esta mujer confinándola en sus habitaciones del palacio real.
En tanto todo este cuadro de conspiración, de tristeza, de locura amorosa y de intrigas rodeaba al reino de Castilla, el público que asistió a ver la obra debió de observar a Felipe siendo llevado a una tumba y a Juana con sus ojos llorosos y su corazón destrozado al haber visto sus esfuerzos frustrados para curar a su amado esposo enfermo.
Al final, la obra fue ovacionada delirantemente por el público, que permaneció de pie, conmovido, hasta las lágrimas, viendo entre, maravillado e incrédulo, mientras el telón se baja lentamente hasta la que la obra termina con los aplausos.