Opinión

Manuel Corripio, María Amalia León y España

Por: Rafael A. Escotto

 La República Dominicana y el Reino de España están unidos por luengos lazos de amistad, de cooperación, de lealtad, de cultura y de una herencia imborrable de sangre. Este alto reconocimiento viene impuesto por el Reino de España como un premio a la virtud y a la fidelidad.

 Esta vigorosa vinculación entre España y la República Dominicana nace por tener un idioma y una cultura común acerada, como si fuera la estructura de un panal de abejas donde se acopiar miel y polen dentro de la colmena.

 Estos sentimientos tan elevados y tan puros de parentesco quedaron fortalecidos en un acto reciente en la capital de la República, donde se puso de manifiesto el espíritu noble y admirable del pueblo y del Reino de España al conferirles a unos hijos  suyos,  cuyas vidas han evolucionado y han logrado con sus trabajos, sus talentos, hacerse importantes en tierras lejanas, no obstante, cercanas por el vínculo de la consanguinidad y el afecto que se han hecho eternos en ellos y en sus respectivas familias.

 Al recibir la Orden de Isabel la Católica de mano del excelentísimo embajador de España en la República Dominicana, don Antonio Pérez Hernández, la más elocuente y estremecedora expresión que se haya oído sobre nuestro suelo, salió del corazón agradecido de un ciudadano español llamado Manuel Corripio, criado en estas hermosas tierras cristianas, de esperanzas, españolas por antonomasia y por civilización.

 Nunca habíase oído un pronunciamiento igual, dicho en alta voz y a pleno pulmón, como si se quisiese que se oyera en los jardines imperiales y en los muros milenarios de España y más allá, articulado por un corazón sincero y palpitante, como si fuese la voz dulce de aquel Rodrigo de Triana el once de octubre de 1492: «Soy dominicano y soy español. Orgulloso de ambas nacionalidades».

 Esta lealtad dual de Manuel es el fruto ventajoso de un fuerte sentimiento de pertenencia y solidaridad.  En este testimonio viene envuelta la idea de fidelidad de todo corazón, unida a una entrega y también a unos compromisos que se han hecho incondicionales. La lealtad de este hombre y de esta familia, tan humano y tan nuestra, se me parece a aquella otra lealtad que estableció Dios con su pueblo el cual amó hasta «mil generaciones».

 La cultura impuesta por la lengua y a su manera de ver la vida, como la reseñó el señor Manuel Corripio en su discurso de aceptación de la Cruz Oficial de la Real Orden de Isabel la Católica, se funde, como el hierro, por efecto de los sueños que se forjan en la idea del trabajo animoso, en saber compartir beneficios y de arar juntos los surcos de los cuales brota eficaz el desarrollo, la riqueza y la justicia social bien entendida y el progreso multiplicador de los pueblos.

 Un libro no es tan solo un conjunto de hojas de papel encuadernadas y resguardado con una cubierta que forman un volumen. Es alimento de vida. Para apreciar el valor que tiene un libro me remito a una frase del poeta y dramaturgo español Federico García Lorca. «Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro».

 El libro titulado «España y República Dominicana. Una historia compartida», del cual se habla tanto y con tanta elocuencia de su contenido, no es únicamente el compendio de acontecimientos y hechos históricos y sociales de dos países, es la suma de voluntades basados en la fe reciprocidad que se tiene y se valora entre dos territorios separados por un océano, de dos culturas que se vuelven una sola bajo el efecto de las tradiciones y la fidelidad.

 Al leer en los medios las palabras de nuestra María Amalia León al momento de recibir la Cruz Oficial de la Real Orden de Isabel la Católica arribo a este hecho trascendental y significativo con suma facilidad valorando y respetando la  humildad de esta dama, que me hace recurrir a los fundamentos literarios de un poema del eminente escritor español Francisco Villaespesa, cuyo sentimiento asocio con las palabras de María Amalia: «En todo encontrarás una belleza/virginal y un placer desconocido./Rima tu corazón con el latido/del corazón de la naturaleza».

 Presiento y a la vez me da por adivinar, motivado por el tono suave y natural del discurso de María Amalia, quien al ser llamada por su excelencia el embajador de España a recibir por conducto suyo la Orden de Isabel la Católica, la emoción tocó las cuerdas sensibles de su corazón y brotó de ella la humildad, la humildad que abre más puertas que jamás abrirás la arrogancia, de la cual habló el escritor y orador motivacional estadounidense Zig Ziglar.

 

Esta dama, de refinados modales, ha hecho que su nombre y el de sus progenitores  corra grácil como agua transparente por los grandes cauces sociales de la cultura y de las artes del mundo de habla hispana, aportando espacios creativos, motivando juveniles talentos, fortaleciendo los ya existentes y compartiendo conocimientos, culturas e historias,  más allá de lo excelentemente  pensado,  a través del Centro León, de Santiago de los Caballeros, que ha sido y es cimiente primorosa para el avance creciente de la ilustración afirmativa del pueblo dominicano.

 

Después de estos inestimables galardones que nos han llegado de España solo quedaría decir: ¡Viva el rey Felipe VI! ¡Larga vida al rey! ¡Loor al Reino de España!

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