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“Mi mamá nos enseñó los primeros pasos en el béisbol”

Exhorta a los jóvenes a luchar por sus sueños y a no querer el dinero fácil, porque este no compra la vida 

Tony Peña tiene una impronta en las Grandes Ligas de Béisbol y en el beisbol invernal dominicano, como pelotero y como mánager. Reconocido por su destreza defensiva detrás del plato y su incansable liderazgo, Peña jugó para varios equipos, ganó cuatro guantes de oro. Después de su carrera como jugador, dirigió a los Reales de Kansas City y fue nombrado Mánager del Año en la Liga Americana.

Detrás de todos estos logros, hay una historia de lucha, matizada por la pobreza, y lejos de avergonzarse, se muestra orgulloso de sus raíces. Hoy día se desempeña como empresario con una purificadora de agua y en su natal Montecristi tiene diversos proyectos agroindustriales.

Infancia

De mi infancia recuerdo una vida totalmente de campesino, son remembranzas que nunca se me van a olvidar. Vengo de una familia muy pobre, mi mamá era profesora, y mi papá, jornalero que trabajó toda su vida en la finca guineera del proyecto La Cruz Manzanillo. Somos cuatro hermanos varones y una mujer. Vivíamos en la misma escuela donde mamá trabajaba. Nací en Montecristi, me crié en Palo Verde, mi campo que lo adoro. Ahí pasamos momentos difíciles. Cuando mi hermana se casó, los varones hacíamos las tareas domésticas, desde los nueve años mi mamá me enseñó a cocinar, lavar, limpiar y planchar. Además, teníamos que cuidar los animales: puercos, gallinas y caballo”.

Pininos en el béisbol

Mi mamá fue quien nos enseñó nuestros primeros pasos en el béisbol. La inspiración del béisbol viene desde que era un niño, cuando fui creciendo, comencé a desarrollarme, siempre jugué la receptoría, quería ser como Enrique – El Mariscal- Lantigua. A falta de equipos, improvisábamos con una caja de detergente como guante y un trozo de madera como bate. A los 13 o 14 años, Héctor Bullo Stefani organizó la Liga Campesina, donde finalmente pude jugar con caretas y pecheras. A los 16 años, comencé a jugar de forma amateur en Santiago Rodríguez. Mi madre, con la insistencia de Calín Villalona y Osvaldo Saint Hilaire, finalmente permitió que fuera acompañado por un amigo. Viajaba a Altamira cada fin de semana para jugar y regresaba tomando camionetas y llevando mi uniforme escolar para ir directamente a estudiar”.

Un milagro

Dicen que los milagros no existen, yo creo que sí. Mi mamá ganó una casa en la Lotería, la vendió y arregló nuestra casita, tomó muebles a crédito, pero un día se los llevaron porque no podía pagarlos. Fui al patio, me arrodillé y le pedí ayuda a la Virgen de la Altagracia. Le prometí que nunca cambiaría y no abandonaría mi familia. Tres días después, me dijeron que me esperaban en Villa Vásquez, que querían verme. Fue increíble lo que sucedió. Jugué tan bien que sorprendí a todos. Regresé al campo y un scout vino a hablar con mi mamá. Querían firmarme, pero ella se negó. Llegó mi papá y él dijo que me dejara ir. Firmé con los Piratas de Pittsburgh. Cobré un cheque de cuatro mil dólares y fuimos a Santiago a cambiarlo. Pagué los muebles que le habían quitado a mi mamá, le pedí que comprara ropa para mis hermanos, para mí y un equipo de receptor”.

Despertar de la carrera

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