Opinión

¿Qué nos transmite este rostro?

Por: Rafael A. Escotto

 Entré a mi habitación luego de una jornada agotadora. Abrí mi laptop y me encontré con este rostro resplandeciente como de santo, lleno de gloria, de poder y santidad; su presencia era la de un hombre de paz. Sus ojos eran los de un sabio contemplando con ansias la tierra de su país, Uruguay.

Dijo Lucas, el evangelista, que los ojos son la lámpara del cuerpo. Entonces, me quedé con mis ojos fijos en los ojos de este hombre con esa figura de apóstol, tratando de descifrar el mensaje que aquella mirada quiere transmitirle a su pueblo y al mundo.

Sé que detrás de las expresiones faciales, si nos concentramos en los ojos, pueden permitirnos decodificar sentimientos y pensamientos íntimos que se hayan disimulados en nuestra mente. Esa expresividad muda en este rostro es un silencio que quiere contarnos historia donde las palabras no alcanzan.

Este rostro se nos presenta como la luna que ilumina el mar con una luz suave que no oculta nada. La cabeza canosa es corona de gloria y se encuentra en el camino de la justicia. Una lectura breve de este rostro que impresiona es un reflejo de la bondad que comienza dentro de nosotros mismos.

Su apariencia se nos muestra entre un humano y un semidios alzándose a la cumbre, como escribiera el literato español José Cadalso, quien tiene una obra autobiográfica titulada Memoria de los acontecimientos más particulares de mi vida o su correspondencia (1773–1780). 

José Alberto Mujica Cordano (Pepe) es ejemplo de vida y de trabajo que brilla como estrellas en el firmamento de Uruguay, que lo demuestra con su buena conducta. Desde el poder se convirtió en un paradigma de enseñanzas y de soluciones para su país.

Este no es el rostro del viejo que se está muriendo, como él mismo quiso impresionarnos y llevarnos a esas exequias poéticas tempranas en un mundo en que nos fallan los líderes de su estatura. El pueblo uruguayo no hará las veces de orador en un funeral en donde las naciones parecen morir en una pérdida de entusiasmo y de escasos sentimientos de ilusión para enfrentar su destino.

Las insatisfacciones por efecto del desgate de vivir no son perceptibles en este semblante. Al igual que Heidegger, nosotros cuestionamos la visión de muerte en este ser humano. Dice el profesor emérito de Filosofía Humana de la Universidad de Murcia, August Corominas, que la muerte es una dimensión de la vida. Para nosotros Pepe Mujica se encuentra, como político, en esa grandeza en la que podemos conocer a este ser humano en su totalidad. Albert Einstein estuvo absolutamente convencido que ninguna riqueza del mundo puede ayudar a que progrese la humanidad. El mundo necesita paz permanente y buena voluntad perdurable.

Ese rostro es el de un político virtuoso que, como dijo Kant, está siempre dispuesto a actuar de acuerdo con la razón pura, es decir, a actuar con apego, sin considerar las consecuencias. Además de eso, nos preguntamos: ¿Qué sentimiento quiere transmitirnos este rostro y la expresión de este admirable uruguayo?

Pepe es y ha sido el arquitecto de su propio destino junto a su esposa Lucía Topolansky y en esa construcción elegiaca labró el destino de Uruguay bajo su presidencia, amparado en la sombrilla del partido Frente Amplio (FA) porque, como escribió Amado Nervo, «cuando planto rosales cosecho siempre rosas».

Se le conoce como el «jefe de Estado más humilde del mundo». Es un ser humano apegado a su chacra y sin vanidad. Este hombre comenzó a vivir seriamente por dentro y sencillamente por fuera, como expresó en una ocasión Hemingway.

Concluyo esta reseña con una frase del escritor belga Phil Bosmans en su libro La alegría de vivir, porque la misma articula con nuestro personaje de hoy, José Mujica: «El arte de la vida es ser feliz con poco». Muy pocos mandatarios después de haber dejado el poder pueden presumir de la fortuna de una vida sin pesadillas, lleno de esperanza y sin miedo.

Pepe Mujica es para el mundo como aquel Job de la tierra de Uz, considerado uno de los siete profetas no judíos, que fue sometido a duras pruebas cuando sufrió prisión en el tiempo que fue tupamaro y luego el pueblo lo hizo presidente y creció la humildad en Uruguay y, en el día de la prosperidad, se gozó del bien de su país y en el día de la adversidad se fue a su chacra o finca a reflexionar.

El Pepe que el mundo admira nunca ha sido vanidoso, por lo que dijo Santiago Ramón y Cajal, que «la vanidad nos persigue hasta en el lecho de la muerte. La soportamos con entereza porque deseamos superar su terrible grandeza y cautivar la admiración de nuestros pueblos».

Detrás del este rostro tan impresionante hay mucha historia. Su presencia en América Latina es la de un político iluminado que despierta inspiración.

 

 

 

 

 

 

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