Opinión

Réquiem por el Parque de Las Carreras

Tiene sus ventajas vivir en una ciudad en la que nadie sabe nada.

Suceden las cosas y nadie sabe su por qué. Por ejemplo, en un abrir y cerrar de ojos, esta otrora villa de celosos pobladores, perdió un parque y nadie sabe aún el por qué o para qué.

Mataron un parque y su memoria, y ni regidores, ni funcionarios, ni las chismosas del barrio, saben la causa.

Algunos ni saben de cuál parque se trata cuando lo cito por su nombre “el parque Yoryi Morel”, o para georeferenciar: el parque de Las Carreras… resuelto a buscar respuestas me voy por la más inaudita  “el que está al lado de donde venden cervezas”

Algunos ediles,  al parecer devotos de Baco, les viene a la memoria y una sonrisa le aflora en el rostro. Ante el anuncio de demolición veo un arrebato de genuina preocupación… les digo que el negocio de las frías parece no correr peligro, y entonces les regresa la calma, «por suerte fue el parque», parecen gritar con su indiferencia.

Entendemos que el avance de la obra civil del monorriel, del cual nadie tiene certeza de su ruta al paso por el área monumental, es la causa de un ecocidio y de quitarnos un espacio vivo de la ciudad.

Preguntamos a regidores (de diferentes partidos), si en algún momento el concejo se enteró de que uno de sus patrimonios iba a ser eliminado, ya que está consagrado dentro de los servicios municipales mínimos para el aprovechamiento y uso de espacios de dominio público y porque además la decencia implica…

El inadvertido y pequeño pulmón del centro, una mancha verde que daba la bienvenida a la ciudad corazón, con su tupido follaje, iniciaba la avenida Las Carreras, en su esquina con la Francia.

El parque muerto, fue dedicado al maestro de la pintura caribeña, Yoryi Morel, un hombre universal que nació en Santiago y cuyo busto y paleta recreada en granito, tampoco se sabe dónde fueron a parar.

Los árboles, tan viejos como el paso de los que suben y bajan la principal arteria de esta capital del interior, no corrieron la misma suerte que los de los paisajes de Yoryi, a quien la ciudad le celebró su centenario, pero hoy es un lejano recuerdo de una ciudad que no supo conservar su casa-taller, ni su legado y vigencia.

Habitar este espacio sin memoria debe tener algún encanto, aunque también sus riesgos: lo que ayer pasó con el parque puede suceder con la memoria, la identidad, o peor aún, con las cervezas.

Alguien recordará el parque y lanzará al suelo «el trago de los muertos», como un réquiem pagano.

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