Opinión

Vida, pasión y muerte de los principios

Domingo Caba Ramos

«Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que
padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su
alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de
haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay
siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres»

José Martí

En nuestro país hubo una época en que los principios reinaban, existían o tenían sólida
vigencia. Era la época en que se le rendía culto a la verdad, al deber y a los valores
éticos y morales. Era la época en que al dominicano se le escuchaba decir con
inocultable orgullo: "Yo no transijo con mis principios", "Por principios, no acepto o
hago eso", " Primero muerto, antes que coger lo ajeno", " Pobre, pero honrado…, etc.,
Pero en el preciso instante en que los antivalores penetraron a su cuerpo vigoroso, los
principios comenzaron a perder peso, enflaquecieron, se enfermaron y un buen día
murieron. Sólo uno logró salvársele a la muerte: el muy conocido principio
maquiavélico que establece aquello de que “El fin justifica los medios”.

A partir de ese momento los verdaderos principios fueron desplazados, los antivalores
asumieron el poder y el respeto a los preceptos éticos empezó a considerarse como un
comportamiento típico de seres ingenuos, tradicionales o atrasados. Emerge con toda su
fuerza la muy famosa “cultura del vivo” y comienza a llamársele “pariguayo”, “tonto” o
“pendejo” a toda persona caracterizada por su honesto comportamiento; pero muy
particularmente a todo aquel que habiendo desempeñado un cargo ejecutivo en la
administración pública no se enriqueció ni hizo uso indebido de los bienes del Estado.
En este nuevo período, cumplir o no con lo prometido poco parece importar.

Sentimientos como la vergüenza y la culpa se van borrando progresivamente del mural
de nuestras conciencias, y nuevas frases entran a formar parte del repertorio lingüístico
de los dominicanos: “El serio no goza”, “Eso lo lograré caiga quien caiga”, “Punta de
lápiz no mata a nadie”, “A quien yo le debo es que tiene que preocuparse”, “Por no
aprovecharse o estar privando en serio , ahora se lo está llevando el diablo”, y otras
expresiones que delatan hasta dónde ha llegado en nuestro país la inversión de valores.

Dentro de ese proceso de degradación moral que actualmente corroe los cimientos
éticos de la sociedad dominicana es que se enmarcan, por citar sólo algunas, prácticas
como los sobornos de Odebrecht, los casos Antipulpo, Coral, Medusa, Calamar,
Gavilán, el transfuguismo, la compra y venta de votos en los procesos electorales, así
como todos los robos y actos de corrupción cometidos de manera recurrente en
diferentes áreas de la administración pública. `

Y como resultado de esa inversión de valores o muerte de los principios es que una gran
parte de los dominicanos critica implacablemente a todo el que adopta un
comportamiento íntegro y honesto y, explícita o implícitamente, muestra su sentimiento
de admiración y apoyo a toda persona asociada al crimen y al al dolo, especialmente a
quienes se han hecho ricos o millonarios mediante el robo, el narcotráfico y el peculado.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba