La democracia: quintaesencia del desarrollo sostenido, sustentable
Federico Sánchez -FS Fedor-.
Desde los inicios de la democracia greco-latina (y que prácticamente fuera interrumpida y distorsionada desde los tiempos de la Grecia de Platón, Aristóteles y Pericles, y que aún era muy imperfecta) hasta los inicios de la democracia moderna como nuevo concepto ampliado, hasta nuestros días, siempre se ha considerado que “tanto el más pobre como el más rico, tienen una vida que vivir”, según la feliz expresión, en 1647, del coronel inglés Rainboro. Y es así; todos tenemos, debemos ser consecuentes con esa proclama.
Democracia es consenso. Un consentimiento mayoritario, respetando a la minoría. Debe ser un resultado. Una convención. Nunca una condición impuesta. La democracia se catapulta como un fin y un medio convocados, a la vez; sin que el fin, si es obsoleto, coercitivo y divorciado de la realidad, justifique el medio.
La democracia está plagada de valores, inherentes al ser humano, en sus actividades diarias, que se han forjados en su discurrir histórico. Valores que son los que le dan sentidos a la esencia de una nación, digna de vivirla.
Y es así que como valor político, la democracia es inherente a todo espíritu humano libre e independiente. Surge en valor social inmerso en el derecho individual, en toda actitud y aptitud libertarias. Se manifiesta con signos de responsabilidad cívica, con apego a la seguridad colectiva en una dimensión dignificante. Dignificadora. Gratificante.
En su rol de valor político se socializa a través del derecho a disentir, al enfrentamiento de las ideas, contradictorias o no, que como choque resulte un nuevo elemento de actitud consensuaría.
Como valor económico, la democracia es enemiga acérrima de la pobreza. La equidad social apela al más intenso y renovado sentido democrático a fin de crear un bienestar manifiesto con igualdad de condiciones, y con un derecho individual para todos. La mayoría debe respetar a la minoría, y viceversa, sin importar las contradicciones y las disensiones ideológicas, que éstas como prácticas sociales a veces distorsionan el entono en torno al mundo y sus contextos.
Como valor moral la democracia se confunde con la historia de las libertades y la independencia de los pueblos, de su cultura y su derecho a ser libres e independientes, a poseer sus propios signos civilizados, esto es, su genio creativo, sus costumbres, sus tradiciones, sus derechos públicos consagrados en las constituciones (“Libre expresión del pensamiento”, “Derecho a asociación” a “huelga”, a la “Educación”, a la “Alimentación”, al “Libre tránsito”, etc.).
De ahí que moral y política siempre estén en pugilato constante, cuando ésta, en nombre de las ideologías (de cualquier tipo, incluso religiosa), conculca los derechos de los demás. Y es que la moral no es solamente una teoría. Además surge como una práctica. Los hechos determinan sus comportamientos, afables o detestables, y la política, con sus hechos desdice mucho de su teoría moral o ética.
Quizás el valor más trascendental está estigmatizado en la educación, en todos los niveles formativos y como patrón de conducta, de superación personal y colectiva, de toda la sociedad. Y de la educación de la democracia, constante, dirigida como sinónimo de igualdad y tolerancia, incluyendo el derecho de la escogencia, depende sobremanera, y no subrepticiamente, sino clara, transparentemente, que una nación se desarrolle hacia los nuevos tiempos de la intertransculturización global (un paradigma que es imposible de evadir). Es vital este proceso para que la sociedad se transforme con una cultura sui géneris, envolvente, inclusiva y exclusiva, al mismo tiempo. Esa diversidad cultural, homogénea y heterogénea, sólo es posible con una comprensión integral de la democracia. Y todos los estamentos sociales deben participar conscientemente. Educando en ese sentido se puede lograr.
Si “sólo la educación salva a la nación”, como orgullosamente y súper interesado expresara, enarbolando su dedo didáctico, Leonel Fernández, en uno de sus discursos políticos, dirigido precisamente a la nación, entonces hay que entender que debe estar ligado al desarrollo en general, progresivo, que en estos momentos es desigual en todo el territorio dominicano, y por lo tanto debe implementarse un desarrollo sostenido, sustentable, con fuerza y valor. Combinado. Con voluntad. Con unidad en la diversidad.
Otro de los valores sinequanón son los medios de comunicación de masas, que deben fungir, más que fingir, como entes educativos, contraviniendo la inclinación masificadora con que “algunos productores masmediáticos” los orientan (que por suerte no son todos), convirtiendo esos medios en instrumentos de persuasión pervertida y de esquematización de la conciencia, heterodirigida, sin consenso nacional; tan sólo incesantes estimuladores de emociones insatisfechas. A veces rayando en la irracionalidad. Mostrando la avaricia económica por encima del interés de la educación consciente. Sabemos que La robotización es incisiva y antidemocrática, pues sólo unos cuantos pueden manipular favorablemente para sí los mensajes dirigidos, digitales. Conculcados. Darles un mejor uso y funcionamiento a esos medios tecnológicos hacia una toma de conciencia de integración social y de desarrollo del intelecto es un deber de todos. Y en consecuencia, democrático.
De igual modo, la “opinión pública”, en su rol de vigilante, detector de irregularidades y muro de contención de corruptelas inconsecuentes, debe cumplir su misión perseverante de velar por la confraternidad y el derecho de expresión individual, colectiva. Ante cualquier acritud intolerante de los “acreedores” del poder, públicos o privados, la sociedad civil, los “grupos de presión” (en tanto no presionen para usos egoístas, individuales, sino colectivos) precisan elevar su voz de alerta, inmaculada, impidiendo que pisoteen la democracia y el derecho a disentir.
El “espíritu democrático”, que es humano (para Ortega y Gasset “el hombre está condenado a ser libre”) se manifiesta de una forma natural en la convivencia social, que en lo más profundo de su instinto colectivo, de su alma de faces multifasiales, es un espíritu transigente, aunque puede ser contradictorio a veces, contestatario. Intendente; gerencial. Empero, es la dialéctica que le permite desarrollarse. “Unidad y lucha de contrarios”, diría Federico Hegel, confirmado por Carlos Marx (aunque este último lo expresara en vía contraria en su aspecto ideo-metodológico-fenomenológico, material, más que lógico).
En el proceso de un sistemático y progresivo plan democrático se debe incluir una diversidad de factores que influyan humanamente en el instinto libertario del hombre, y también en su ansiedad gregaria, desagregacionista, cual humor que se expresa complaciente.
Es preciso, menesteroso, imprescindible, incluso imperativo (en tanto “imperativo categórico”, como norma moral universal, al decir de Emmanuel Kant), que en ese plan se contemple una mejor distribución de los ingresos individuales y colectivos de todas las riquezas del país, estatales o público-privadas; una autonomía nacional, sin caer en el chauvinismo trasnochado y bochornoso de los fundamentalismos religiosos- ideológicos-nacionalistas; una cooperación interpartidaria, con derecho a reclamos y exposición de los grupos minoritarios; una gobernabilidad institucionalizada en todas las instancias políticas (recordando al “Kuo-Ming Tang”, partido de la oposición de la comunista China, al decir que “la antítesis de la democracia es evitar partido de oposición, y oposición dentro del partido”, como sucede en los partidos únicos en varias sociedades del planeta, y con un solo liderazgo muy personalizado, caudillista). También debe prohijarse una autonomía regional, con programas de desarrollo propio, con posibilidades federalistas o confederalistas o de cualquier otra índole; el concepto elegido no tiene importancia; con unos planes de desarrollo estimulativos, emulativos, cada cierto tiempo, quinquenales o decenales si se quiere; en fin, valorar los hechos de la historia nacional e internacional, recientes o lejanos, que enseñen tanto para imitar creativamente como para corregir los gazapos espinosos, lastimeros.
Un plan de desarrollo equitativo, quizás desigual según la región, pero “combinado”, como lo manifestó una vez León Trotsky, ligado a una fuerte dosis de democracia, es más que suficiente para emprender el camino del verdadero progreso. Sostenido. Sustentable. Convertido en pilar o quintaesencia del nuevo orden democrático post-capitalista (concepto que no es sostenido en todo el orbe, en ̈el mundo mundial ̈), hacia el nuevo humanismo social, individual y colectivo, público y privado, en tanto la privacidad es familiar, semi-vecinal.
Las mayorías (anónimas o agrupadas en entidades partidarias), los grupos minoritarios de presión social en democracia (económico, gremiales y político), los idealistas, los paternalistas, los oportunistas y arribistas, los fundamentalistas, el educando y el educador, el padre, la madre y los hijo-as, el simplista y el absolutista, el machista, el sodomita y la feminista, todos entran en el juego de la democracia y en estos planes de desarrollo, y saber mover sus fichas con apegos libérrimos y sin perturbación, ni estropicios, ni coerción, ni abocados a abrogarse el derecho que les concierne a los demás, permite el libre albedrío de las ideas, por consentimiento. “Unidad y lucha de contrarios”, repito, respetando, respetándose. La pluralidad es diversidad; diversidad es mayor posibilidad de desarrollo y enriquecimiento espiritual, en su sentido racional. En tanto se respeten y se den a respetar, en democracia, en consenso, en tolerancia, todo es posible.
El concepto democracia hay que acuñarlo, moldearlo, estereotiparlo con posibilidades de renovarse. Estimular sus objetivos como un fin, como un medio. Reconocer sus beneficios sociales, sus atributos. Perennizarlos como algo inherente, intrínseco al instinto del “ser humano”, quien “está condenado a la libertad”. En fin “Cambiar la vida” (Arthur Rimbaud) y “Transformar el mundo” (Carl Marx), pero consensual, consentidamente, que se convierta, a un tiempo, en un convencionalismo racional y/o emotivo (sin contradicción). Que se contenga y se mantenga como una pasión. Como en un río, fluido, constante.
La contienda a favor de la democracia ha sido intensa y difícil, y al principio de este tercer milenio e inicio de su segunda década, se ha comprendido que, a fin de cuentas, es lo más importante en el desarrollo integral, moral y económico de una sociedad, y debe importarle, y le importa, a todo ser humano; que, a contrapelo, es inherente a la equidad y/o a la justicia social, y se le debe cortar el paso con argumentos sólidos, con ideas contradictorias, que nunca con violencia o presión inhumana, a quienes la distorsionen en nombre de causas baladíes y/o argumentos pocos comunes, superfluos; que, contra vientos y mareas, está por encima de los estropicios políticos, ya militares, ya radicales, ya bárbaros, ya económicos, infringiendo el curso normal de la historia que marcha hacia un fin colectivo con derechos individuales y colectivos y en un Estado de Derecho inalienable.
Sobreponiendo la moral a la política.
Que así sea, que nunca lo contrario, y en esto último acepto que alguien disienta de mí