Luis Camejo: El epigramista ignorado
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«Camejo fue poeta de un solo libro. Y es su mérito representar en nuestra patria un género poético (el epigrama, D.C.), del cual, aparentemente, él es el primer representante…»
(Mariano Lebrón Saviñón)
Puyas de javilla.
Como ya se expuso, fue el único libro publicado por el poeta popular santiaguero, Luis Camejo. La naturaleza punzante, satírica, irónica y jocosa propia del epigrama, se encuentra presente en cada uno de los textos poéticos que lo conforman. La primera palabra del título, así lo infiere, por cuanto “puya”, según el Diccionario de le lengua española y el Diccionario del español dominicano (574:2013) significa “objeto de punta afilada” y “Objeto o parte de un objeto de punta afilada” respectivamente. Esa esencia aguijoneada de los versos epigramáticos fácil resulta apreciarla en las muestras poéticas, extraídas de Puyas de javilla, que a continuación se trascriben:
1.«Después de la viruela»
Como todos saben, la viruela es una enfermedad que en el rostro deja pecas o manchas que semejan pequeños hoyos. Entre los años 1918 y 1920, nuestro país fue azotado por una mortal epidemia, más conocida con el nombre de «Viruelas malas». Tal epidemia como la pandemia del no menos mortal y reciente coronavirus, fueron muchos los muertos que llevó al cementerio. Uno de los afectados fue el poeta Luis Camejo, a quien el terrible mal, como a todo el que lo padeció, al decir del también poeta Rubén Suro, le «dejó como huella indeleble la cara hecha un guayo…».
Como es normal, ante la imagen del rostro hoyado, la befa inmisericorde o burla cruel no se hizo esperar; mas nuestro epigramista, como si en lugar de molestarse pretendiera también burlarse de sí mismo, le responde al burlador con unos versos pletóricos del más frío e indiferente estoicismo, contenidos en la quintilla que inicia el libro:
«De los hoyos de mi cara,
se aspavienta Juana Royo,
pero es mejor que quedara,
con muchos hoyos mi cara,
y no mi cara en un hoyo»
2.Lo perdonaron por feo.
Cuenta Camejo en uno de los epigramas de su ya mencionado libro , que una vez un hombre fue apresado, acusado de raptar a una muchacha; pero el fiscal, al considerar que por ser tan feo ese hombre solo mediante la violación podía disfrutar el cuerpo de una mujer, propuso que no fuera condenado . Extraño caso en el que un representante del Ministerio Público se abstiene de formular cargos en contra de un imputado, no necesariamente por considerarlo inocente, sino por entender que este era demasiado feo. Camejo relata el raro y posiblemente irrepetible acontecimiento con la gracia y picardía con la que solo él sabía hacerlo:
«Por raptar una muchacha,
hicieron un hombre preso,
que tenía, a más de obeso,
la cara de cucaracha.
El fiscal al ver la facha,
de aquel nuevo fariseo,
exclamó: «Como es tan feo,
no es legal que se castigue,
pues, ¿cómo diablo consigue?
Y yo apuesto hasta mi cheque,
contra el palo de una escoba,
a que la niña más boba,
no se deja sorprender,
de un hombre, que halla mujer,
solo así: si se la roba…»
3.«Cámbieme ese merengue»
Cuando modernamente escuchamos merengues cuyas letras no dicen más que: «Hay un hoyo/hay un hoyo/hay un hoyo a la orilla del mar…» y otros dos cuyo contenido literario apenas se limita a decir: «Hay pero qué calor/hay pero qué calor…/ calor…» o «Tú la quiere mucho, pues cómetela ripiá …», nos quejamos entonces de la pobreza estética y conceptual de nuestro merengue. Pero cabe aclarar que esa pobreza viene de lejos. Podría afirmarse que desde el mismo nacimiento de nuestro principal baile folklórico.
Luis Camejo, nuestro genial; pero históricamente ignorado epigramista, con esa aguda ironía y genial sentido satírico que siempre caracterizaron el tono de sus punzantes versos, se burlaba de la ausencia de elevación literaria de dicho ritmo, en uno de sus más picantes epigramas:
«Un músico de acordeón,
en una fiesta tocaba,
un merengue que ya hastiaba,
a la típica reunión,
pues metido en un rincón,
tanto y tanto abría la boca,
que el cordal se le veía,
cuando cantando decía:
“¡Ay…ay!, de Santiago a Moca.
Y cansado un bailador,
que sudaba como un potro,
le dijo: ¿No tiene otro,
merengue que sea mejor?
Y él contestó: “Sí señor,
pero antes quisiera en pago,
de ron “Coñac” un buen trago,
para poderlo cambiar,
y de nuevo así cantar :
¡Ay… ay!, de Moca a Santiago»